PASEANDO A MISS DAISY
En este momento me apetece escribir sobre el significado que se esconde detrás de una obra como
Paseando a Miss Daisy, o mejor dicho de su adaptación al cine. Me
parece que el autor y el director de ambas trataron de una manera cómica un
miedo que es muy común en las personas, sobre todo a medida que se vive. Me
refiero al miedo a morir, y más todavía al miedo a morir sólo. Cuando sugiero que
este drama se ha representado de una manera cómica, lo hago por la manera de ser de
Miss Daisy, una anciana viuda muy estricta en su percepción del respeto. La
evolución de su carácter y sus pasos en falso, en los que intenta ser
antipática o desagradable pero deja ver su sensibilidad aun intentando mantener
su orgullo por encima de todo, son los que hacen el chiste.
Su
hijo, que no se fía de sus capacidades al volante, contrata a un chófer afroamericano
y católico, Hoke, para que se encargue de llevar a su madre a donde esta
precise. Miss Daisy se niega totalmente al principio, despreciando incluso a su
hijo y a Hoke, pero ante la paciencia de su conductor acaba dejando de insistir
y comparten juntos viajes y desplazamientos cortos, por ejemplo, a la sinagoga
o al mercado. En el transcurso de estos, la compañía hace que Miss Daisy tome
mucha confianza con Hoke, y como suele pasar, el roce hace el cariño.
La
señora Daisy no pierde su compostura de judía, exigente, muy educada en sus
valores y poco cariñosa, pero entre Hoke y ella existe una cierta complicidad
que Daisy deja tener lugar por la amistad que empieza a surgir entre ambos.
Ella le manda hacer tareas con las que pretender incordiarle un poco pero él siempre
las hace con una sonrisa y esto, por una parte le molesta, pero por otra le
divierte.
En
lo que me quiero centrar, es en el hecho de que Miss Daisy, que es una mujer
con propiedad que parecer no tener miedo de nada, ni siquiera parece que le
preocupe la muerte en soledad, acaba ablandándose y compartiendo su vejez con
su amigo Hoke. Y lo más bonito de todo probablemente sea que incluso después de
su demencia le sigue reconociendo como antes y le tiene un aprecio que no
comparte con nadie más.
Hoke,
a quien tanto intentó hacer rabiar sin conseguirlo, con quien vivió tantos
buenos momentos, la adora y, una vez ingresada, la cuida y la visita siempre
que puede. Estoy segura de que la vida de Miss Daisy hubiese sido muy diferente
sin la amistad de Hoke, que siempre la acompañó. Y me alegra que la bondad que
Miss Daisy mostraba con cierto recelo fuese recompensada con una compañía tan
grata como la de su siempre fiel chófer.
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